ENSAYO SOBRE EL AGOTAMIENTO DE LOS RECURSOS NATURALES


Ensayo sobre el agotamiento de los recursos naturales.


 
Nos enfrentamos a un grave problema de agotamiento de recursos esenciales, a pesar de que la mayoría de los seres humanos tienen un reducido acceso a los mismos. Un agotamiento de recursos que ha jugado un papel determinante en el hundimiento de pasadas civilizaciones y que ahora amenaza con conducir al colapso de la sociedad mundial en su conjunto. Es posible, sin embargo, adoptar medidas que conduzcan a un uso sostenible de los recursos. No todas son medidas sencillas, por supuesto, pero es urgente comenzar a aplicarlas, como afirma el Worldwatch Institute, con “una movilización como en tiempos de guerra”.

El agotamiento de muchos recursos vitales para nuestra especie a consecuencia de su destrucción, fruto de comportamientos consciente o inconscientemente depredadores orientados por la búsqueda de beneficios particulares a corto plazo- constituye uno de los más preocupantes problemas de la actual situación de emergencia planetaria.

Los problemas y desequilibrios se potencian así mutuamente, poniendo en peligro la supervivencia de la especie humana ya que en los últimos 100 años el planeta ha perdido casi la mitad de su superficie forestal.

Esta disminución de los bosques, particularmente empeora en el caso de las selvas tropicales, y no sólo incrementa el efecto invernadero, al reducirse la absorción del dióxido de carbono sino que, además, agrava el descenso de los recursos en este planeta.

Por otra parte, el uso de biocombustibles, como el bioetanol o el biodiésel, está impulsando el uso de maíz, soja, etc., que era destinado al consumo humano, lo que no sólo está contribuyendo a la escasez de estos productos sino que además está provocando deforestaciones para contar con nuevas superficies de cultivo, pérdida de biodiversidad e incremento de los costes en la industria alimentaria. Afortunadamente las críticas a estos biocombustibles está promoviendo la investigación en alternativas más limpias: los denominados biocombustibles de segunda generación que se producen a partir del aprovechamiento de gramíneas, paja, desechos agrícolas, residuos orgánicos humanos y de animales, etc.

Y no debemos olvidar esos recursos fundamentales –pero a menudo ignorados como recursos porque aparentemente “no cuestan dinero”- que suponen los sumideros (la atmósfera, los mares, el propio suelo) en los que se diluyen y en ocasiones se neutralizan     los productos contaminantes fruto de la actividad humana. Y se trata de recursos que estamos también perdiendo: los suelos, los océanos, el aire, están saturándose de sustancias contaminantes. Particularmente grave es el hecho de que los océanos (que contienen unas 50 veces más CO2 disuelto que la atmósfera) y suelos como el permafrost ártico están transformándose, al elevarse la temperatura, de sumideros en fuentes de CO2 y metano, amenazando con un fatal incremento del efecto invernadero (Pearce, 2007).

Conviene destacar, así mismo, lo que suponen los conflictos bélicos para, entre otras cosas, la destrucción de recursos y cómo, a su vez, el afán por la posesión de determinados recursos ha contribuido a lo largo de la historia al desarrollo de conflictos. Podemos referirnos así a toda una serie de tristes ejemplos: las terribles consecuencias del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki; el uso de armas químicas y biológicas para lograr la defoliación de la selva vietnamita (diez millones de hectáreas de tierra inutilizadas y una tercera parte de los lagos de Vietnam del Sur desaparecidos junto con los efectos catastróficos del denominado “agente naranja” con una quinta parte de los bosques de Vietnam del Sur destruidos y más de un tercio de los manglares desaparecidos); los incendios de más de 600 pozos petrolíferos en la Guerra del Golfo (la mayoría de ellos estuvieron arrojando petróleo en el desierto durante meses, produciendo unas grandes nubes de humo y lluvias negras que aniquilaron la vegetación y contaminaron las aguas); el conflicto en la Franja de Gaza, que se prolonga desde hace décadas y que ha afectado de forma tan devastadora a las reservas de agua subterránea (de las que depende un millón y medio de palestinos); los grupos armados en Liberia y la República Democrática del Congo que han recurrido a la explotación de los diamantes, la madera y el oro para financiar y perpetuar los conflictos (con graves repercusiones para el medio ambiente y el desarrollo)

Una vez más podemos ver la vinculación de los problemas, sin que, desafortunadamente, podamos pensar en encontrar solución, aisladamente, a ninguno de ellos. Pero las soluciones a la situación de emergencia planetaria existen y han sido apuntadas por los mismos expertos que han señalado los problemas (CMMAD, 1988; Mayor Zaragoza, 2000; Brown, 2004): se trata de poner en marcha, conjuntamente, medidas tecnológicas (Tecnologías para la sostenibilidad), cambios de comportamientos y estilos de vida (Educación para la sostenibilidad) y políticas (Gobernanza universal).

No todas son medidas sencillas, por supuesto, pero es urgente comenzar a aplicarlas, como afirma Brown (2004), con “una movilización como en tiempos de guerra” y prestar la debida atención a las “Pautas para aplicar el principio de precaución a la conservación de la biodiversidad y la gestión de los recursos naturales”.

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